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Miami, Estados Unidos, Año VI, Nº 35/36
LAS JORNADAS DE MATEO
por
Ario E. Salazar
JORNADAS DE MATEO
Los Angeles, California, Pureplay Press, 2004
ISBN 0-9714366-3-0
“Y apareciose Angel de
Adonay a la muger, y dixo a ella: he agora tu mañera y
no pariste, y encintarteas y pariras hijo. Y agora
guardate agora, y no beuas vino y sisra y no comas
todo enconado. Que tu encinta y pariras hijo y nauaja
no subira sobre su cabeça, que apartado del Dio sera
el moço del vientre...” —Sophtim (Juezes) Tora de
Ferrara
Entre los géneros
literarios menos dóciles para cualquier escritor
contemporáneo podemos contar el de la literatura
infantil fantástica. Escandir seguro de sí mismo para
crear encantos a la manera de Marco Polo, o para
alcanzar las hazañas poéticas del Q’eqchi’ o del Persa
(y cómo no invocar aquí lo hallado en aquella
enjundiosa House of Pomegranates de Wilde) es
en nuestros días un verdadero hito. El problema
estriba en la importancia que tiene el libro para esa
audiencia decididamente implacable y exigente. A
continuación número algunas bifurcaciones de ese
primer problema que constituyen problemas reales
a los cuales se enfrenta el testarudo escritor.
En primera
instancia tenemos que los niños no nacen ni con el pan
bajo los brazos, ni con el gusto en los ojos por la
lectura. Es un gusto adquirido. En segundo lugar: la
mayoría de libros infantiles son didácticos, por
párvulos que sean, por lo tanto el gusto por lo
fantástico, por la ficción, a pesar de ser latente,
debe también ser fomentado y cultivado. Estos
problemas, sin embargo, resultan un tanto tangenciales
cuando estamos de cara al siguiente, al decisivo: la
proliferación de programas televisivos que defenestran
cualquier conato de creatividad y re-creo en
los niños. Como el jamón en latas o como el
dentífrico, en esos programas ya todo está procesado y
pasteurizado para que al otro lado de la pantalla
comulguen con ellos futuros esclavos de la falta de
imaginación.
Vislumbrar dichos
problemas no cuesta; defender el género literario en
cuestión y sentar un precedente digno con el trabajo
escrito es lo que le ha quitado el sueño, y con razón,
al escritor cubano Alejandro Lorenzo. Sus “Jornadas de
Mateo” parten de la sensata realización de que el arte
para los niños de nuestros días tiene que ser no sólo
una vuelta a la inocencia, sino también un campo de
batallas donde lo que está en juego es la conciencia
de seres que aunque en proceso de formación no dejan
de columpiarse, como nosotros, sobre un despeñadero
poblado de endriagos y brujos violentos y consumistas.
Los cuatro cuentos,
los cuatro episodios que conforman el libro son
aleccionadores; en ningún momento moralistas. Cuidado.
En el primero tenemos que más fuerte que la fuerza de
la belleza extraña son la inseguridad y la desidia.
Ninguno de los relatos peca de ingenuidad. Todos están
al centro de la más alta poesía y (para el niño a
quien le gusta destapar relojes para ver los pequeños
giros de la maquinaria), el libro otorga, desde sus
comienzos, las mismas sorpresas que un engranaje hecho
de diamantes y de oro. Es un verdadero cuenta-tiempos
al que se regresará y se regresará enriqueciendo el
texto con sus propias vivencias y significados.
El segundo
episodio, “El Farolero” está marcado por el heroísmo,
la lealtad, la conmiseración, y el cariño que existe
entre maestros y discípulos. “La Comarca de Los
Hombres Pequeños” está situado entre los territorios
de las utopías y los falsos profetas y colinda en
esencia con el primer capítulo de Cien Años de Soledad
y en parte también con la historia de Cuba y sus
posibles futuros. El autor maneja muy bien un juego de
Rayuela con sus dos finales. El cuarto relato, “El
Niño Que se Convirtió en Pájaro” es sin duda el mejor
tallado porque nos devuelve al principio del libro.
Una línea reveladora del cuento dice:
“...hace tiempo excluí el sentido de las diferencias.”
Ahí sentimos la doble
nostalgia de Mateo. Los niños inteligentes que se
alijen a leer el libro sabrán muy bien a lo que me
refiero y eso es sólo el primer encanto del cuento; el
autor prodiga otros. Todos los textos del libro son
poéticos, pero éste es proverbial y en lo personal
entiendo y agradezco su dulce apostolado. Al leer el
relato, a lo pasa-raya, uno bien podría confundirlo
con una fábula de Remedios Varó, la pintora de los
“Vampiros Vegetarianos.” Quien lo escudriñe en la
lectura cautiva, por otro lado, se topará con otra
revelación: la de Chuang-Tzu y la duda de la mariposa,
claro está, desdoblándose en nuestro vernáculo
cultural.
En el V Libro de su
Metafísica, Aristóteles estipula que la naturaleza
tiene ojos en todas partes y que tiene fuerzas
extrínsecas e intrínsecas con la única motivación de
crear en el orbe la preservación de la naturaleza
misma. Los artistas, como seres despiertos, deberíamos
entender que ese es nuestro único poder: el de
preservar los mejores aspectos del ser humano a través
del fruto de nuestros empeños. Para llevar ésto a
término cada cual sabrá escoger sus medios. El
re-creo, la ética, la lealtad, la conmiseración; todas
esas y otras virtudes son la sine qua non para
la vida de la especie. El empeño de Alejandro las
maneja con destreza.
Yo he cotejado al
hombre; hemos hablado muy bien. Para mí yo tengo que
estos relatos manan de una sabia probidad, de una
pluma sostenida por un ser humano en busca de iluminar
ese instinto de preservación. Su preocupación por el
tiempo que se vive y por lo porvenir es evidente.
Alejandro Lorenzo es uno de los nuestros, es decir,
cree y vive lo que postula. Visto y entendido desde
esta perspectiva feliz, el libro de las “Jornadas de
Mateo” constituye un vivo ejemplo de esos avatares en
la naturaleza del hombre que buscan sembrar en la
niñez de hoy un estado de alerta en la conciencia,
dirigiéndola así hacia un futuro mejor.
—San Francisco, Noviembre de 2004
Ario E. Salazar nació en Chalchuapa,
El Salvador (1973). Poeta, ensayista, narrador, dramaturgo y crítico literario. Es miembro de
la Academia Iberoamericana de Poesía en Washington, D.C. Fue editor de la revista Horizonte
21 en Washington, D.C. Es autor de tres libros de poesía Ocios y Meditaciones, (inédito),
Ariodicciones (1997) y La Estación Ilimite (2003) Reside en los Estados Unidos desde 1994.
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