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Posted on Sun, May. 23, 2004
Jornadas de Mateo: poesía y dibujo del ser
MADELINE CAMARA
Especial/El Nuevo Herald
¿Estamos ante un pintor de la palabra o un poeta del dibujo? El
lector de Jornadas de Mateo (Los Angeles, 2004) tendrá que
buscar su propia respuesta. Gracias a Pureplay Press, impulsada por
David Landau, se crea un espacio nuevo para la publicación
de textos, en español e inglés, de autores cubanos residentes
en el exilio.
La poesía de Nestor Díaz de Villegas ya nos fue entregada
en esmerada edición, se espera pronto la narrativa de Carlos Victoria,
ahora este texto de Alejandro Lorenzo, se suma a los bien escogidos materiales
que Landau decide ofrecer a un público bilingüe. Muy en especial,
en esta oportunidad es de alabar el cuidado puesto en el libro como objeto.
Las ilustraciones, la calidad del papel y la portada, todo ello esta al
servicio de la belleza de este cuaderno.
Al leerlo, viene a la mente El principito, de Saint-Exupéry.
De igual modo, estas páginas sugieren dejarnos llevar por una lógica
más sencilla sobre la vida, más humana también. Por
eso, cuando el libro se refiere a su lector como aquel de 12 años
en adelante, en realidad, invita a despertar en nosotros la infancia del
ser humano, su vocación de inocencia. El viaje al pasado que convoca
Lorenzo, a la manera poética de Exupéry, es una utopía
futurista.
Insisto entonces en la palabra poesía en vez de narrativa, aunque
Mateo nos cuenta una historia llena de sencillas y significativas peripecias,
como en los cuentos folclóricos, esas leyendas sobre las almas de
los pueblos. Encontramos también el motivo del viaje, pero más
que dirigirse este hacia el auto conocimiento o la libertad del individuo,
como suele presentarse en la narrativa moderna, el libro marca la ruta
que nos lleva a conocer al Otro, a abrazarlo. Mateo sigue a la tradición
literaria que en Occidente remontamos a la Biblia y, en el suave tono de
Lorenzo, sin moralismo, se nos enseña como vivir, como ser mejores.
Quizás de ese espíritu proviene el nombre de su protagonista,
el más modesto y lúcido de los evangelistas.
Desplegado en cuatro jornadas—acaso otro número simbólico?
—el viaje de Mateo se divide en viñetas tituladas: La flor en la
cabeza, El farolero, La comarca de los hombres pequeños, y El niño
que se convirtió en pájaro. Me atrevo a sintetizar significados,
diciendo que la primera habla del riesgo de ser diferentes; la segunda,
del sacrificio que no clama reconocimiento, la tercera, de la peor de las
ignorancias: la fe en los ideólogos; la cuarta, de los beneficios
de la tolerancia.
Todas rezuman universalismo, intemporalidad, pero en la primera y la
tercera sentimos un doble mensaje político más obvio. Alejandro
Lorenzo, padre de Mateo, hace sufrir a su criatura las penas del
desarraigo, la desconfianza, los falsos mesías que no son ajenas
a tantos cubanos.
Estas jornadas son testimonio de la estética de este artista,
que entre Miami y San Francisco ha luchado por defender un estilo y un
mensaje que hoy cifra en su plena madurez como pintor y escritor.
Las ilustraciones del texto recordarán al lector la rusticidad del
grabado medieval; la historia contada, como ya dije, también vuelve
sobre las antiguas maneras de un decir enseñando. Imágenes
y metáfora sencillas en su trazo, pero que despiertan una mirada
y una lectura profunda, puesto que alude a lo conmovedoramente ingenuo
que puede ser, volver a ser, el ser humano.
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